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La historia del Miedo

"Vamos", me dijo. "No pasará nada, iré contigo. Verás cómo conmigo no te tocará".

Hay recuerdos de nuestra infancia que parecen quedarse perpetrados en nuestra memoria. Tenía 6 años en aquél entonces y era el niño más bajo de los de mi edad. Él era violento y aún ahora de mayor, mantiene esa reputación. De edad temprana le gustaba la violencia y por algún motivo le gustaba meterse conmigo.

 

Aunque había otros que también se metían, tenía una ventaja: sabía correr bien rápido. Rara vez me atrapaban, sin embargo, excepto que no podía escapar de éste. No había nada que pudiera hacer.

 

Un día, otro niño se me acercó y preguntó si estaba bien. Entonces le conté lo que sucedía y me dijo que hablaría con el matón para que me dejara en paz, pero que debía ir con él. La verdad que no quería. Tenía mucho miedo, pero él insistió en que todo saldría bien. "Vamos", me dijo. "No pasará nada, iré contigo. Verás cómo conmigo no te tocará".

Al final, seguí a este otro niño más grande, que, dicho sea de paso, era el único en toda la clase que era más alto que mi agresor. Entonces él le dijo muy claramente que me dejara tranquilo. Al agresor primero no le gustó mucho e insistió en que me iba a dar una paliza, pero al final nada de eso sucedió. Todo quedó allí, se hizo un poco el duro en el momento, pero nada más.

 

A medida que fui creciendo, fui escondiendo bien el miedo. Aprendí que no hay que mostrar miedo o debilidad. Básicamente me mentía. Traté de convencerme de que podía hacer frente a cualquier cosa... aunque rara vez lo hacía. El miedo se convirtió en un cáncer que me había crecido y sus tentáculos me entrelazaban. Era difícil decir dónde terminaba mi miedo y dónde empezaba yo. Me acostumbré a tener la guardia siempre en alto y nunca mostrarme débil o con miedo. Estaba ocultando el miedo por miedo a ser descubierto con miedo. Vaya paradoja.

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Con el tiempo, todo esto fue afectando mi capacidad de hacer cosas básicas. En una ocasión, ya de joven, compartía piso con dos personas más y no podíamos pagar el alquiler, con lo que fui a la agencia inmobiliaria a pedir poder pagar en dos partes. Cuando llegué, me quedé a la puerta del lugar media hora dudando qué iba a decir. No era solo el hecho de no poder pagar el alquiler lo que me atemorizaba (aunque tampoco ayudaba, claro) sino simplemente el hecho de tener que entablar una conversación con un desconocido y que saber que ese alguien me pudiera hacer preguntas. Algo que era para hacer en 5 minutos, se me hizo eternidad.

 

Cuando acabé la secundaria, conseguí un trabajo que me obligó a ir a la formación profesional una vez a la semana. Un día se nos pidió que diéramos una presentación de 5 minutos sobre cualquier tema a escoger al resto de compañeros. Yo estaba petrificado. Esperé mientras pasaba uno tras otro, deseando librarme de algún modo. Pero el profesor no se olvidó de mí y llegó mi turno. Sencillamente no podía hacerlo. Me explicaron que era necesario hacerlo para aprobar el curso. Estaba completamente paralizado. No sé cuánto tiempo el profesor y mis compañeros intentaron animarme y tranquilizarme. Al final no fue eso, sino el miedo a fallarle al profesor lo que finalmente me dio el impulso para dar esa presentación. Así de triste era la situación.

 

Cuando me convertí al cristianismo hubo algunos cambios radicales inmediatos que ocurrieron en mi vida. Sin embargo, esta área no fue uno de ellos. Fue una batalla que evité enfrentar desde un principio, pero cambió cuando escuché un sermón cuyo mensaje central era: “El miedo no es la voluntad de Dios para tu vida”. Esto me hizo reflexionar y sabía que algo tenía que cambiar. Me di cuenta de que tenía que luchar contra este cáncer y fue entonces cuando las cosas empezaron a cambiar.

 

Lo que más me ayudó fue orar y ser sincero con Dios. Era como si lo viera junto conmigo, no distante o apenas real, sino bien presente y en especial en esos momentos de incertidumbre.

 

Recordar aquella experiencia de la infancia tiene mucho más sentido para mi ahora. La principal motivación que tuve para acercarme al matón fue la insistencia de otro niño que era más grande que él. Sentí que tenía una oportunidad que debía aprovechar para enfrentar de una vez problema.

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Tenía una vez un compañero de trabajo al que llamaban el “Sr. Enfado”. Tenía un temperamento horrendo, y aún en sus ratos más tranquilos parecía que podía estallar en furia. Él dirigía una línea de producción y yo trabajaba en el piso de arriba vertiendo productos en depósitos que alimentaban a otras líneas. Un día subió a donde yo estaba y de malas formas me regañó de por qué se había detenido la producción. El miedo me invadió por un instante, pero de repente sentí algo que me decía: “Tu eres mi hijo, tan solo di la verdad. Yo estoy contigo”. Al oír esto me tranquilicé, más allá de la tensión que se generó en el momento.

Resulta que con las prisas, aquella mañana había olvidado revisar un depósito y se había vaciado. En lugar de negarlo, lo miré y le respondí: “No me di cuenta, debió haberse vaciado, lo rellenaré ahora”. Su rostro que estaba rojo, tan pronto dije la verdad, se empezó a normalizar. Creo que mi respuesta lo tomó desprevenido.

Reflexionando sobre el episodio me doy cuenta de que en aquél trabajo había un ambiente y una cultura en la que nadie reconocía sus errores. La gente actuaba por rutina de una forma, y él esperaba que yo lo hiciera igual. Sin embargo, cuando lo confronté con la verdad y asumí mi responsabilidad, no supo cómo reaccionar.

Hasta ese momento él había recibido muchas críticas de sus superiores, y había un ambiente tenso y era recurrente la discordia. Sin embargo, yo había encontrado una mejor manera de lidiar con las cosas en lugar de esquivar u ocultar algo. Así comencé a mejorar mi confianza y a negarme al miedo.

 

Hace años que empezó esta transformación y aún sigue, pero he recorrido un largo camino.

 

Desde hace algunos años, estoy involucrado en eventos donde tengo que hablar en público. He hablado en muchas iglesias, viajado a otros países y me he dirigido a personas de otros idiomas. Me sorprendió en una ocasión lo extraordinario que fue compartir esta historia del miedo con un grupo. Estaban asombrados. “Ahora pareces tan seguro” fueron sus palabras. He escuchado muchas opiniones del estilo después de estos eventos. Me ven seguro, suelto y bajo control. Aunque no lo parezca, esta misma persona que una vez no podía dar 5 minutos de presentación en el instituto, ahora se dirige a un público de personas regularmente.

 

Cuando pienso en ello, es como un milagro. Se que hay otros que a través de la psicología han aprendido a vencer sus miedos, pero para mí ha sido una cuestión de intervención divina. Saber que alguien está ahí conmigo. Alguien que, sabiendo todo lo que he hecho o pensado alguna vez y aun así me acepta y ama incondicionalmente, es algo que me llena increíble seguridad. Así es como es Dios. Me costó mucho hasta que finalmente lo aprendí.

 

Para terminar, quisiera compartir algo que hace poco oí decir a un amigo, lo cual es tan real como profundo: “Dentro de nosotros nos preocupa si seremos amados aún si nos conocieran tal cual somos. La gran necesidad del corazón del ser humano es sentirse completamente amados, aun siendo completamente conocidos”. Lo que resuena en el corazón humano (y ciertamente en el mío) es que él nos conoce completamente y nos ama incondicionalmente. El perfecto amor echa fuera el temor.

Steve Johnson

London, United Kingdom                                                           www.darkness2light.me

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